viernes, 26 de febrero de 2010

re si g na ción

Convivíamos: afuera el frío, en la mesa dos copas, y en las sillas las dos.
Estábamos: frente a mi frente la suya, y una luz baja del otro lado del espectro.
Mirábamos: algo que no eran rostros. No los nuestros, no en ese momento.
Éramos: dos organismos tristes. Solas adentro, calladas por fuera.

Me preguntó en qué estaba pensando, y yo no sabía que responderle.
Bebí un trago de mi copa de vino.
Pienso en Berta dije, hablando bajito. Pero ella me conoce y supo que estaba mintiendo. Calló.
Miré a un costado, corrí mi silla hacia atrás, sentada estiré mi cuerpo y apoyé mi cabeza en la mano izquierda, dejando el codo sobre la mesa de roble.
Te acordás cuando compramos la mesa? le dije. Me respondió que si, pero que le era irrelevante.

Silencio.

Ella se levantó de la mesa, buscó un libro, encendió un incienso y se sentó otra vez.
Detrás de su figura encorvada que se poseía por lo que estaba leyendo, una oscuridad abarcaba el espacio.
Como cada noche, volvía a tener miedo. Miedo a las pesadillas, miedo al silencio, miedo a sus libros... miedo a ella.

Sus ojos, que rara vez se encotraban con los míos, eran mi nudo en el pecho, mi terror.
Su boca, que pocas veces sonreía, era mi desconsuelo, mis ganas de huír.
Su cuerpo, sublime, era un puñal en mi pecho, mi desvelo.

La estaba mirando fijamente leer su libro.. la estaba odiando intensamente a la dama de enfrente. Era potente el cáos interno, el terremoto de deshumanidad que me generaba.

Me paré bruscamente, se sorprendió y me miró.
Con la peor vulgaridad y el desprecio más horrendo le dije: Por estar con vos, quisiera morirme.

Ella relajó la mirada.. bebió un trago de su vino y me respondió: pues morite.. que yo te entierro.

miércoles, 17 de febrero de 2010

eso quiero


Que quede, me sea, pertenezca a mi.
Se plante adelante y no me deje salir.
Ningún llanto, ni un recuerdo.

Un impulso en el (micro) momento-
QUE ME EXISTA COMPLETAMENTE DE NUEVO.